الأحد، 18 نوفمبر 2012

Fátima


Fátima

Historia de la realidad diaria en la meseta egipcia desde 1955 hasta nuestros días

Abir Suleyman

Al-Uddaysat 1959

Soy Fátima…, hermana de Sálem…, tengo 15 años. Mi tragedia empezó cuando me encontré con Altaf, la ex mujer de mi hermano, por el pasaje cubierto a la entrada de Al-Uddaysat. Me dirigía a casa de mi amiga Mariam en Shaq an-Nasara y me encontré con Altaf que, llorando, me contó lo que mi hermano le había hecho. Se había divorciado de ella hacía una semana, y era éste el primer caso de divorcio que se conocía en nuestro pueblo. El divorcio es todavía un gran tabú en la sociedad de la meseta egipcia; aunque sea lícito según la Sharia (ley islámica) es de las cosas más odiadas por Dios. Altaf se había convertido en el tema de conversación de la gente del pueblo y despertó mi compasión, la abracé y sequé sus lágrimas. Altaf me pidió que la acompañase a casa de su padre ya que sus ojos llorosos no le permitían encontrar sola el camino. Acepté inmediatamente ya que parecía que le faltaban las fuerzas. Al llegar delante de su casa, y cuando ya me despedía, Altaf cayó desmayada al suelo y yo grité con todas mis fuerzas para atraer a la gente del interior de la casa. Entonces salió el jeque Mahmud con su esposa (los padres de Altaf) y la llevamos al interior, los ayudé a ponerla sobre la cama. En ese instante Altaf abrió los ojos y levantó su ceja derecha dibujando una sonrisa irónica con sus labios, miró al jeque Mahmud que cerró la puerta de la habitación y empezó a quitarme la ropa. Mientras, Altaf me cogió entre sus brazos intentando desnudarme…apenas recuerdo lo que pasó después.



Yo soy Mariam, amiga de Fátima, compartimos el mismo día de cumpleaños. Este acontecimiento unió a nuestras familias. Habíamos crecido juntas y habíamos compartido todo: los juegos, la ropa, la comida, los intereses; sólo nos separaban los domingos, porque yo soy cristiana y Fátima musulmana. Yo iba con mi familia cada domingo a la iglesia del Monasterio de los Santos (Deir- al-Qiddisin) en la montaña Jebel Attaud, en la parte este de la ciudad de Al-Aqsar, adonde van los cristianos coptos de 14 pueblos vecinos con más de 1.300 familias cristianas. Solo teníamos el monasterio de Los Santos como lugar para rezar y así más de 8.000 coptos andábamos varios kilómetros para reunirnos, bautizar a los niños, casar a los hijos y recordar a los muertos. Fátima y yo, durante nuestra infancia soñábamos con una iglesia en Al-Uddaysat para no separarnos cada domingo.



Yo soy Sálem, nací en 1938 en una familia pobre de la meseta egipcia. Pasé mi infancia y mi juventud en Al-Uddaysat con mi padre, mi madre y mi única hermana, Fátima, cinco años menor que yo. Adoro a esta niña, ella es para mí la fuente de la vida, me basta con ver su amable sonrisa para que las desgracias del mundo sean más leves. Mi madre era quien mandaba en casa, como la mayoría de las mujeres en la meseta, mientras que la presencia de mi padre era honoraria. Sin embargo, delante de la gente, mi madre se empeñaba en simular que era mi padre quien tenía la palabra y tomaba las decisiones. Soy el único en mi familia con una educación, decidí desde pequeño seguir un aprendizaje y me incorporé a la universidad de Al-Azhar; así, emigré a El Cairo, aunque pasaba mis vacaciones anuales con la familia en Al-Uddaysat, donde se encuentra mi primer amor, Mariam, la sobrina de Malak, desde la infancia amiga mía y de Fátima. A pesar de que los cristianos vivían en una zona especial del pueblo llamada Darb an-Nasara o Shaq an-Nasara (el camino de los cristianos) las casas del pueblo, en cualquier zona, siempre estaban abiertas para todos. De pequeños subíamos a jugar a la rayuela a la entrada de Darb an-Nasara, una calle estrecha de seis metros de ancho, aproximadamente. Desde entonces el amor de Mariam está arraigado en mi alma aunque nunca me he atrevido a confesarlo ni a mí mismo, pues Mariam es copta y yo musulmán y nadie aceptará este amor prohibido.
Cuando tenía 17 años y durante mis vacaciones conocí a Altaf, una chica joven y guapa de la meseta, no sé qué es lo que me pasó cuando la miré a los ojos, me invadió una fuerte sensación que no pude explicar y enseguida acudí a mi madre para que me casara con ella. En aquel entonces la edad para casarse en la meseta eran los 14 años.
Me sorprendió la negativa de mi madre; me dijo que ella no rechazaba la idea de que me casase, pero que no le gustaba su familia y no añadió una letra más, se opuso a ello con obstinación y silencio. Pero como yo soy hijo de mi madre, heredé la terquedad y la insistencia y decidí casarme con Altaf. Ojalá hubiera escuchado el consejo de mi madre, pues mi matrimonio fue el principio de la tragedia de mi hermana Fátima.



Yo soy Altaf, esposa de Sálem e hija del jeque Mahmud; mi padre no era jeque en el sentido pleno de la palabra ya que no estudió el islam, pero le dieron el apodo de jeque porque se hizo famoso con la magia que hacía no sólo en Al-Uddaysat, sino en toda la meseta egipcia. Acudían las multitudes para hacer hechizos y especialmente para el ritual de «atar a los hombres», sortilegio al cual recurren algunas mujeres para vengarse de sus maridos cuando se casan con otras mujeres. Esta «atadura» es la única manera para hacer que el marido sea sexualmente incapaz excepto con la mujer que encarga el hechizo y es posiblemente por este trabajo que la madre de Sálem se opuso a nuestra boda.
Yo admiraba a Sálem pero era inalcanzable ya que era el único universitario de Al-Uddaysat y no me atrevía a soñar con casarme con él. Mi madre, que tenía mucha experiencia en estos asuntos de la vida y que entendía muy bien a los hombres, reconfortó mi corazón y supe que mi padre hizo un hechizo para que Sálem se acercase a mí y se casara conmigo.
En el verano de 1955 mi madre me pidió que fuese al callejón cubierto, a la entrada del pueblo para comprar un poco de queroseno, que aquí conocemos como kas y sirve para iluminar la casa; en el camino de vuelta me encontré con Sálem, me puse nerviosa y se me cayó la botella de queroseno de la mano. Entonces Sálem se acercó a mí para ayudarme y posiblemente para intercambiar algunas palabras. Dos días después tocaron a la puerta de mi casa y ahí estaba Sálem pidiéndole mi mano a mi padre y exigiendo llevar a cabo la celebración del matrimonio antes de que se acabasen sus vacaciones. Supimos por él el rechazo de su familia a la boda, pero mi padre decidió no romper nuestros corazones. Me casé con Sálem en una habitación en casa de mi padre, y un año después Dios nos dio una niña muy guapa que Sálem insistió en llamar Fátima como su hermana aunque ojalá no lo hubiera hecho ya que le alcanzó la maldición de ese nombre.



Yo soy Fátima, hija de Sálem, me llamaron como a mi querida tía, a la que mi padre adora mientras que mi madre y mi abuela se dirigían a mí como «la innombrable». No es que tuvieran nada en contra de mi tía, pero sabía que no la querían, a causa del amor que le profesaba mi padre y porque representaba su amor hacia la familia que había rechazado la boda con mi madre y que mantenía amistad con Mariam, cuya relación con Sálem no había pasado desapercibida para mi madre. Yo solía ver a mi tía de vez en cuando, nos visitaba a escondidas para ver si estábamos bien, sobre todo durante los períodos en que mi padre se ausentaba por los estudios. Ahora tengo tres años, mi padre está en El Cairo, mi madre y mi abuela ocupadas con los trabajos de casa mientras que mi abuelo se está afeitando la barba. Pone un pequeño espejo delante de él y a un lado un vaso de agua tibia. Extiende un poco de jabón espeso sobre su barba y la masajea con los dedos mojados en un movimiento casi circular que produce mucha espuma. Luego la saca con una cuchilla oxidada que limpia una y otra vez en el vaso de agua. Observé a mi abuelo varias veces mientras practicaba esta operación de afeitarse, me molestaba aquel vaso tan transparente que contenía un líquido blanco enturbiado por los pelos de mi abuelo que flotaban en la superficie. Ahora me acercaré a probar esa bebida poderosa. ¿A qué sabrá?
Mi abuelo se levantó después de afeitarse para cambiarse de ropa y salir. Entonces cogí el vaso rápidamente y bebí todo su contenido hasta el final.



Me llamó mi mujer Altaf para comunicarme la muerte de nuestra hija Fátima, enseguida dejé mis estudios y vine rápido a Al-Uddaysat para enterrar a mi pequeña que no tenía más de tres años. Me llené de una tristeza amarga como la amargura de la tuera y dirigí mi enfado hacia mi mujer y su familia. Si no fuera por su negligencia en el cuidado de Fátima, ella no habría acabado así. Cada vez que miraba a Altaf veía a mi hija perdida en sus ojos. Mis sentimientos hacia ella habían muerto, puesto que por su culpa había perdido a mi familia, lo había perdido todo. Me enfadé más todavía con ella por lo que decía la gente de Al-Uddaysat, susurraban en secreto que yo era víctima de un hechizo del jeque Mahmud. Pero ya no quedaba nada que me atase a ella, los sentimientos murieron, se murió mi hija y me divorcié de Altaf y volví con mi madre para enterrar mi pena en sus brazos.



Yo soy Fátima, hermana de Sálem, abrí mis ojos poco a poco y me encontré tirada detrás en el callejón cubierta con ropa desgarrada. Lo último que recuerdo es la agresión del jeque Mahmud con la ayuda de su mujer y de su hija. Me deshonraron para vengarse de mi hermano porque se divorció de su hija, quisieron ensuciar la reputación de mi familia para que mi padre y mi hermano no puedan nunca más levantar sus cabezas en Al-Uddaysat. La gente se agrupó a mi alrededor, estaba casi desmayada, les oí exigiendo mi sangre, corrí con todas mis fuerzas para esconderme en casa de Mariam, mi amiga, en Darb an-Nasara, pero no encontré a nadie en la casa. Corrí hacia la iglesia de Al-Uddaysat que se había construido recientemente sin permiso. Llamé a la puerta de madera y me abrió Murkos, el guardia, que enseguida se percató de mi ropa rota y de mi estado, que revelaba mi desgracia, y a pesar de que a los musulmanes se les prohíbe cruzar la muralla de adobe que rodea la iglesia, me dejó entrar; era la primera vez que veía una iglesia por dentro. Murkos me hizo sentar sobre una de las sillas que se encuentran en el interior, directamente enfrente de la silla del sacerdote. Un pavimento cubría el suelo mientras que el techo eran unas tablas de madera, y frente a mí había 3 altares: el de la Virgen, el de Samuel y el del mártir Abu Sayfain, exactamente como me los había descrito Mariam y yo tenía grabado en mi imaginación. Vi a Mariam corriendo hacia mí y cuando me miró a los ojos me abrazó y lloró. Después de contarle lo sucedido me escondió en la sala destinada a los coptos en el patio de la iglesia, delante del edificio.

Yo soy Mahmud, algunos me llaman el charlatán y todos me llaman jeque Mahmud. Soy un hombre bendecido y no me preocupa el hecho de que no me quiera la gente de Al-Uddaysat, pero sí me interesa que me tengan miedo, que me teman todos o más concretamente que todo el mundo tome precauciones contra mi maldad y que crean que tengo contacto con el mundo de los genios y espíritus. Casé a mi hija con un chico sin trabajo ni ingresos, le ofrecí una habitación en mi casa durante cuatro años y me encargué de todos sus gastos y los de su mujer e hija, y el resultado fue que este despreciable se divorció de mi hija. El divorcio en la meseta es un escándalo. Mi hija adquirió el apodo de «divorciada»… ¡Qué vergüenza! ¡Esa cucaracha me deshonró, vengaré mi honor, vengaré mi imagen que se ha mancillado en Al-Uddaysat! ¡Deshonraré a su hermana! Sé que la quiere con locura, enterraré su cabeza en el barro y no me preocuparé por el resultado ya que la gente del pueblo me teme y se interesarán solamente por el deshonor que les traerá esa libertina inmoral, Fátima, que no supo conservar su honor.
Y Sálem no podrá comunicárselo al gobierno ya que los habitantes de la meseta tienen su propia ley y no dejan que la policía intervenga en asuntos personales y aunque lo hagan, lo negaré y aun más, declararé que fue ella quien me sedujo.


Cuando me enteré de lo que le pasó a mi hermana decidí abandonar mis estudios universitarios y volver para proteger a Fátima de aquel destino. Yo soy el culpable, si no fuera por mí no la hubieran violado. Si no estuviera lejos, no se encontraría ahora sola a merced de la gente de Al-Uddaysat que exige que corra su sangre. Si no fuera por mi matrimonio con Altaf... Fátima no hubiera sufrido tanto. Convencí a mi padre y a mi madre, que me dio la razón, de que yo era el único responsable que debía cargar con la culpa. Estaba determinado a vengar mi honor matando al jeque Mahmud, así que con todo lo que poseía compré una pistola y algunas balas y esperé a la entrada del pueblo para quitarle la vida como él le quitó a mi hermana lo más valioso que poseía y a mi familia su honor delante de la gente del pueblo. Me quedé horas esperando a que pasara ya que él solía acudir a rezar cinco veces diarias a la mezquita del pueblo, pero ese canalla esperaba mi reacción y se quedaba en casa con la puerta y las ventanas cerradas.
Me vio el sacerdote de la iglesia, supo mi intención y empezó a tranquilizarme diciendo: «Has perdido a tu hija, tu mujer y tus estudios, tu hermana ha perdido su virginidad y toda tu familia su honor. A tu hermana no la han matado, está viva gracias a tu presencia a su lado. ¿Quieres que te pierda para siempre cuando te encarcelen por matar a ese impostor? Levántate hijo y reza a Dios para que te guíe hacia el bien.


Después del consejo del sacerdote y de rezar, Sálem renunció a matar al jeque Mahmud y decidió abandonar Al-Uddaysat con su familia para siempre ya que no podían enfrentarse a la gente sin que él o su padre tuvieran que acabar con la vida de Fátima. Todos en el pueblo la veían como una prostituta y todos pedían su sangre y aunque la gente de Al-Uddaysat fingiera olvidarse de este asunto, ningún joven de la meseta querría casarse con Fátima en ese estado.
Emigraron a Qaná y Sálem no quiso continuar con sus estudios por no tener que abandonar a su familia. Pasaron muchos años durante los cuales Sálem trabajó como funcionario del gobierno y procuró con toda su energía hacer feliz a su familia y especialmente a la pequeña Fátima para compensarla por el daño sufrido.
En 1970 Sálem se casó con una mujer de la meseta, de Qaná, le contó su historia y ella acogió a Fátima y a sus padres, que ya eran muy mayores. Su mujer intentó encontrar un marido para Fátima pero a pesar de su gran belleza, al no tener himen, los pretendientes la rechazaban en cuanto Sálem les contaba el suceso de la violación.
Un día llegó al pueblo un hombre que la quiso y la aceptó, ya que no la consideró culpable de lo sucedido.

Al-Uddaysat 2006
Yo soy Mariam, hoy es miércoles 18 de enero, la noche de la epifanía. Ahora soy abuela, tengo 62 años. Estaba durmiendo en casa y se ha cortado la electricidad, eran alrededor de las siete de la tarde cuando he oído un grito en el exterior, he salido para ver lo que pasaba y he visto a las mujeres de Darb an-Nasara gritando: «¡Ayúdanos, Virgen! ¡Ayúdanos!». Había soldados y vi fuego en una de las casas. Todos gritaban mientras el fuego se extendía. Allí había unos musulmanes que llevaban queroseno y gasoil en botellas, supe lo que contenían porque hasta mi ropa olía a queroseno. Vi a dos policías y a un soldado pegando a mujeres cristianas. Una de las mujeres me gritó diciendo que los musulmanes intentaban quemar la iglesia porque seguía sin permiso y los soldados estaban apoyando a los musulmanes porque según los papeles oficiales este lugar debía ser sólo un centro de acogida y no un lugar de oración. Corrí hacia la iglesia que ya estaba ardiendo, a su alrededor había personas que la estaban incendiando desde las casas donde viven los musulmanes en el lado oeste, nosotros intentábamos apagarlo pero vinieron dos personas que me golpearon en el brazo izquierdo, caí y les grité que no dejaría arder la iglesia aunque muriese. A mi nieta que volvía de clase la interceptaron unos niños musulmanes que chillaban: «¡Hemos quemado la iglesia!».
Días más tarde, unos familiares vinieron al pueblo para darnos el pésame por la muerte de un nieto de cuatro años que murió esa noche por el fuego; les echaron dos veces del pueblo y también se quedaron con los animales de mis hijos.
¿Dónde quedaron aquellos días pasados cuando no había diferencia entre un copto y un musulmán?...
Buenas tardes, Fátima.

(Si vivimos, vivimos para Dios y si morimos, morimos para Dios. Vivos o muertos, pertenecemos a Dios).

Qaná 2008
El París de la meseta, como se lo conoce hoy en día.
Sálem sigue visitando constantemente la tumba de su hija fallecida, especialmente después de que fallecieran sus padres, quienes exigieron ser enterrados en la misma tumba que Fátima, su primera nieta, en el cementerio de Al-Uddaysat.
En cuanto al jeque Mahmud, un día lo encontraron muerto debajo del pasaje cubierto, ocurrió después de volver de la oración del alba. Algunos dijeron que fue Sálem quien lo mató.
Dos años después murió Altaf, quemada. No se supo si se suicidó echándose un litro de kas sobre la ropa y prendiéndose fuego o si la lámpara explotó y la mató… En cuanto a la madre de Altaf, que hoy tendría ya casi 100 años, se dice que se volvió loca y que iba mendigando por los barrios de Al-Uddaysat desde lo que les sucedió a su marido y a su hija.
La tía Fátima dio a luz a tres chicas y a la primera la llamó Mariam. Insistió en que se educasen para no encontrarse con un destino similar al suyo.
Sálem, que Dios bendiga a su mujer, tuvo cinco hijos con ella, tres niños y dos niñas…
Yo soy la menor de ellos. Me llamo Fátima.